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  • Foto del escritorSol Martinez

¿Sentido común?

Si vamos a hablar hasta el cansancio de pandemias, qué mejor que plantear al pensamiento como una pandemia también. Hay un problema que nos afecta a todos como parte de la humanidad, y es que desde tiempos remotos nos limitamos a pensar de manera dicotómica. En ese sentido, mucho más que dar respuestas, con esta nota esperamos generar preguntas e interrogantes que nos predispongan a reflexionar. A la hora de expresarnos, creemos que el otro es intrínsecamente malo o bueno, sin siquiera esbozar un mínimo análisis. Incluso, en las eventuales situaciones en las que coincidimos con otros, lo hacemos porque casualmente compartimos alguna concepción muy concreta. Nunca, o casi nunca, sucede que nos acerquen las cosas que nos separan. Por lo tanto, los diálogos y los debates son ilusorios. Negar o anular lo que dice el otro ni siquiera ayuda a validar o difundir nuestras propias ideas. Las vuelve parte de una burbuja que está separada de otras burbujas con unos límites muy marcados. Pensemos. Si le decimos al otro que es un pelotudo, un ignorante, que está manipulado o que es un manipulador, ¿realmente creemos que va a decirnos “claro, tenés razón, ahora pienso como vos”? Desde ya que no. Pero tampoco sería eficaz que eso suceda. Cambiarnos de "bando” tampoco supone ningún tipo de debate, ni modifica estructuralmente los espacios de polarización. Es que ni siquiera nadie tiene la razón. Y si nadie la tiene, todos la tenemos. Sí, es un planteo un poco desalentador pero debemos asumirlo. La razón y las verdades dependen de nuestra propia manera de ver las cosas, y si bien creo que es algo obvio y bastante reiterado -al menos desde la academia y la filosofía-, esto no se reflexiona demasiado al interior de la sociedad. Podemos decirlo muchas veces en ensayos académicos y en mil millones de papers, pero si el grueso de la población aún sigue obviando el fuerte arraigo a las polaridades, es que entonces no nos está siendo demasiado útil.


Bajo esta misma lógica desalentadora, debemos decir que no existen soluciones mágicas, y que ni siquiera tenemos soluciones potenciales. Pero un punto de partida interesante, puede ser la necesidad de que aparezcan voces desde adentro de los movimientos que se cuestionen a sí mismos, porque sino nos encontramos en un círculo infinito en el que lo único que vale son las chicanas. Ridiculizar al otro para defender la postura propia, termina achicando cada vez más las posibilidades de debates. Si el otro es malo, lo anulo, lo cancelo. Cancelar. Suena conocido, ¿no?. Hace ya algún tiempo, los escraches virtuales dejaron de ser únicamente una herramienta para denunciar aquello que la justicia no oye. Si este fue su objetivo primero, podemos notar que rápidamente esta práctica se convirtió en el estandarte de cualquier discurso. Hoy, cualquiera que haga o diga algo con lo que no coincidamos, será escrachado. O rápidamente enmarcado en la categoría de enemigo. O expulsado a la vereda de enfrente. Hola polarización, otra vez. Pero lo que sucede es mucho más profundo que los debates que se dan en las redes sociales. Los seres humanos partimos del supuesto de que el otro siempre es el malo. La maldad está afuera y ese es el escudo que nos protege a nosotros mismos de nuestras propias miserias y errores. Y probablemente podría profundizar mucho más al respecto, pero en principio, creo que es un asunto que le corresponde a la psicología social. Sin embargo, podemos aproximarnos a Lacan y pensar que la comunicación no existe -paradójicamente, soy comunicadora social-, porque como plantea en el Esquema de la L, el muro del lenguaje es lo que nos prohíbe comunicarnos con los otros, y en esos intentos fallidos de comunicarnos, nuestros interlocutores terminamos siendo nosotros mismos, en tanto es el inconsciente intentando filtrarse en nuestra conciencia.

Entonces, ¿qué pasa? ¿No es verdad que otros quieren manipularnos? Sí y no. Sucede, claro, pero ¿quién nos asegura que nosotros no hagamos lo mismo? Manipulamos, a veces de manera inconsciente y otras veces no. Y eso no nos es suficiente para reconocernos a nosotros mismos como los malos de la película. Claro, igualmente tampoco es muy útil. Sí lo es reconocer que todos podemos ser buenos y malos a la vez, y reconocernos como sujetos repletos de contradicciones puede ser un gran avance. Porque como ya sabemos, el sentido común no existe. Y está bien que así sea, todos partimos de marcos teóricos diferentes, aunque parezca una obviedad. Hay quienes dicen que todos buscamos, a nuestra manera, el bien común. Probablemente sea así, lo que no quiere decir que seamos buenos, pero tampoco malos. Existe una tendencia muy fuerte a demonizar al otro que alimenta nuestra superioridad moral, “Yo soy muy bueno, quiero el bien, entonces hago X. Quienes hacen Y son absolutamente malos”. Entonces cada uno construye su propio discurso a modo de dogma, y se convierte a sí mismo en un semidios de su círculo cercano, desvaneciendo inmediatamente cualquier posibilidad de diálogo con el otro. Sin embargo, esto no es algo nuevo, ni siquiera de este último siglo. Claramente, en las polis de la Antigua Grecia esto también sucedía. Esto aplica a cualquier momento y contexto, solo que hoy se evidencia con mucho más fuerza en ese falso debate que surge en las redes sociales. La esfera pública que planteaba Habermas en las sociedades burguesas europeas de fines del siglo XVIII ya no existe, o más bien se ha expandido y se han borrado sus límites. La esfera pública está en nuestras manos, en nuestras redes sociales, en todos lados. Tampoco conoce límites horarios. Estamos en una esfera pública 24/7 a todo terreno, por lo cual también es lógico que nos abracemos con más fuerza a las polarizaciones, ya que nos ayudan a salir rápidamente de cualquier “debate”, que surge y desaparece de manera fugaz. Partamos del supuesto exagerado de que hay tantas posturas como personas, y por lo tanto hay tantos debates como cantidad de usuarios de redes sociales. En un conteo realizado el 20 de enero del 2020, se registraron 145 millones de usuarios de Twitter, pero probablemente, con encierro y cuarentena de por medio, al día de hoy se hayan incrementado más de lo esperado. ¿Cómo podemos tomar posición en 145 millones de debates por día? Polarizando, adhiriendo a las voces de aquellos a quienes consideramos más cercanos a nuestro pensamiento, o incluso voces autorizadas. Algo similar decía Ernesto Calvo al pensar las redes sociales como una cámara de eco, que de manera muy simplificada, quiere decir que solo vemos lo que queremos ver, que nuestras redes reproducen nuestro pensamiento y nuevamente nos encontramos en una burbuja. Solo vemos lo que opinan quienes seguimos, y creemos que piensan como nosotros o tienen la verdad, que dicho sea de paso, no existe tampoco. Entonces, no solo tenemos la mitad de la historia, sino que partimos de un sesgo que nos ubica en la vereda de enfrente del resto. Y nos separa cada vez más, mientras contribuye a anular cualquier tipo de diálogo y perpetuar un tribuneo ad infinitum.


Nuevamente, no tenemos soluciones claras, ni tampoco, de tenerlas, podemos asegurar que solucionen la vida social de alguna manera. Probablemente, un primer paso interesante puede ser que nuestra postura, dondequiera que se ubique hoy, no nos termine convirtiendo en fanáticos del punitivismo social y el escrache virtual. Pero así y todo, seguiremos viendo el mundo de diferentes maneras, cada una desde sus propios ojos, y todas estas posturas no pueden convivir juntas en paz. Entonces, volvemos al inicio, quizás no haya respuestas ni soluciones, solo interrogantes, porque vivimos encerrados en nuestras contradicciones. Pero quizás ese sea el motor que mantiene viva a la humanidad.

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